lunes, 17 de enero de 2011

¿Qué pasa con el teatro en Medellín?

¿Qué pasa con el teatro en Medellín?

Del amodorramiento y la autocrítica

Por: Gustavo Henao Chica

Las artes y sus expresiones dentro de un marco histórico específico, y en la dinámica de la oficialidad o por fuera de ella, tienen unos ritmos, un desarrollo que dan cuenta del compromiso de quienes proponen nuevos caminos y la reinvención de lo mismo para que sea distinto; el teatro, tema que nos convoca, se da en Medellín con diferentes matices, pero los montajes presenciados este año, dejan una sensación de engaño, engaño para el asistente cotidiano u ocasional, porque se siente ese “hacer por hacer” para cumplir con la cuota de sala concertada.

A pesar del surgimiento en los últimos quince años de nuevos grupos y de una animada afición desde la institucionalidad por las tablas, tenemos un estancamiento desde los noventa cuando el Matacandelas produjo un quiebre y presentó propuestas novedosas y bastante importantes incluso en el ámbito nacional, aun con los ejercicios poco significativos realizados con algunos textos de Andrés Caicedo, casamiento que desvió la identidad del grupo; desde allí todo se comenzó a mover en la misma línea, algunos como “Hora 25” que hace malas copias de las apuestas del Matacandelas; otros se han asignado un papel de salvadores de los muchachos de los barrios y valiéndose del estigma que conlleva la palabra “Comuna”, presentan cosas como las de “Nuestra gente” contribuyendo a perpetuar el señalamiento y la estigmatización; y qué decir de las casas de los patriarcas “La casa del teatro” y “Pequeño teatro”, defendiendo posturas anacrónicas sin ningún destello de innovación.

Con la pretensión de reivindicar la obra de autores como Tomas Carrasquilla, algunos grupos se asignan la responsabilidad de mantener vigente su legado, tienen el atrevimiento de hacer sus montajes basados en los trabajos de estos autores. Me pregunto dos asuntos: quién mantiene vigente a quién, qué sentiría un escritor asistiendo a una presentación de su obra y que en la función número 400, la voz en off no se entienda, que los actores hablen como si tuvieran una papa en la boca, que se incluyan chistes actuales fuera del parlamento original tan solo para provocar una risa, que en 400 funciones no se note una mejoría y un perfeccionamiento en el que publico pueda sentir el genio del escritor, encuentro en estos ejercicios algo sospechoso. Son puestas en escena que asesinan al autor, no creo que un mal montaje de la obra de Carrasquilla lo inmortalice como escritor; la acumulación de funciones, las presentaciones por “todo” el país no son garantía de calidad. Los autores son víctimas y corren riesgo de perder lectores con los malos montajes en el teatro. No conozco ninguna compañía teatral que haya salvado a un escritor, si una obra perdura es porque tiene la talla para no morir.

En el teatro infantil se siguen poniendo en escena las obras y cuentos clásicos, (con sus defectos técnicos, porque son cuentos mal escritos) apologías al maltrato infantil como en Pulgarcito, y en muchas obras de Rafael Pombo, al abuso sexual columna vertebral en Caperucita roja, a las costumbres de inequidad, menosprecio, maltrato para la mujer, donde siempre aparece la ideal sin ninguna capacidad de determinación “sumisa, buena, tonta, servil, bruta”, el manejo del concepto del amor como una cadena para la mujer, que efectivamente influye en el modelo de las masculinidades que abre la brecha de género, con la formación de estos machos “trogloditas”; agreguemos además la doble moral, y las prácticas corruptas de los sistemas que en el teatro infantil se enseñan como algo normal; en general se trata a los niñ(@)s como si fueran seres estúpidos con la utilización inadecuada de los diminutivos, de las preguntas con respuestas exactas, homogéneas, y en coro; el montaje de estas obras se justificaría si estuvieran acompañadas de una reflexión sobre la historia, sobre el lenguaje.

¿Está muriendo el teatro? o estamos en el declive de un período que ya se torna paralítico, sumergido en las olas del sistema, manteniendo un manoseado lenguaje izquierdoso de todos los que son comunistas con sus despensas llenas, son de izquierda y cobran con la derecha. En esta ciudad cada quien vive de su cuento y el cuento del teatro es bien panfletario, falta honestidad, no se es consecuente con el discurso y no tendría que serlo, por supuesto el teatro como arte está por encima del maniqueo de un simple espectáculo o del arte en función de…, el teatro es también provocación, no es solo el divertimento con el manejo mimético del parlamento y los gestos de doble sentido para provocar risas en un público rebaño, es el nocáut a la mentira.

-Ustedes vienen aquí a disfrutar con esta maravillosa obra y estos excelentes artistas-, Es una de las frases que se utiliza para que el público asistente se vea convencido, pueda consignar en la coca su ayuda, no es asunto del director o del dueño del teatro definir si lo que hacen es bueno y si sus actores merecen tan exaltadas adjetivaciones. Donde veo un gran desarrollo o mejor una gran habilidad es en el manejo administrativo, han aprendido muy bien a moverse en los presupuestos del estado y a vender funciones, no encuentro crecimiento artístico, no entiendo por qué las salas son negras sin ninguna preocupación por la acústica, por la estética, veo un teatro mediocre, sin calidad, sin autocritica como todo lo que es asimilado por el sistema.

Por eso Nada es más evidente que la farsa dentro de la farsa, asistir a una sala de teatro donde todos fingen, donde la hipocresía y la traición al arte se palpan desde la entrada, desencanta, pero más desencanta sentirse en la penosa humillación de saber el arte en la mendicidad, con la coca a la salida, y los actores participando de esta práctica de pordioseros, lo hacen con cierta jocosidad porque creen que está bien, pero no es cierto, el arte tiene un valor, no cualquier valor, el de un trabajo profesional que permita la dignificación de la vida del artista.

Lo peor para el arte, para los artistas es perder el discernimiento interior, que desde sí y en forma permanente se mantengan en sospecha, en la duda, pero especialmente en el compromiso respetuoso con el teatro, con el escritor, con el público, consigo mismo.

No me apena decir que el teatro en Medellín y el valle de aburrá a pesar de tantos grupos, esta amodorrado y carece de autocritica. No está bien asistir a presenciar una obra y salir tal cual se entró, sin ningún toque, sin ningún asombro.

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