jueves, 13 de enero de 2011

Memoria de Ciudad


Foto: http://ve.kalipedia.com (Obreras en fábrica textil de Medellín)

Tomado de: Manuel Bernardo Rojas. El rostro de los arlequines: Tartarín Moreira y León Zafir, dos mediadores culturales. Ed. Universidad de Antioquia, 1997. p. 12, 13, 14

(...) Medellín durante la primera mitad del siglo XX, era una ciudad capitalista, no de la dimensión de otras en Latinoamérica, pero, sin duda, orientada ya por una senda ineluctable: la industrialización. Como tal, la Villa significaba en el conjunto local, regional y aún nacional - y para sus propios habitantes, claro está - un espacio urbano dedicado al comercio, pero con muy buenas perspectivas en el ámbito industrial.

El primer aspecto, herencia del siglo XIX, se manifestaba en la presencia de las grandes casas comerciales, importadoras de diversos artículos europeos y norteamericanos, y exportadoras de café. Empero, los propietarios de esas mismas casas comerciales, acuciadados en parte por la crisis comercial sobrevenida durante y después de la última de nuestras decimonónicas guerras, la Guerra de los Mil Dias - abrebocas de nuestra centuria -, y en parte, también, en un afán por experimentar nuevas posibilidades de inversión, se dedicaron a instalar algunas industrias.

De este modo, podría decirse que en el funcionamiento económico de la ciudad el dinero era invertido en dos frentes, que para muchos podrían ser antagónicos, pero que en este caso resultaban complementarios: el comercial y el industrial. Este último aspecto, en verdad, tenía un carácter incipiente, y solamente con la crisis de 1930 se consolidó definitivamente; pero ello no niega el destino que sus dirigentes le habían ideado. La industria no era un experimento; era el futuro, y por él se luchaba.

Y como era apenas obvio, esta transformación económica incidió en la transformación social; la industrialización potenció la aparición de un nuevo grupo humano: los obreros. Y antes que obreros, obreras; es decir, mujeres de las zonas rurales aledañas a Medellín, de otras más distantes del departamento, e incluso de distintas regiones del país que vinieron a trabajar en las fábricas textiles. De este modo ellas aportaban algún complemento económico a sus familias, las cuales siguieron viviendo en el campo. En principio, quizás, estas obreras no pensaban establecerse permanentemente en la ciudad; sin embargo, se quedaron y aún arrastraron a sus familias, las cuales vinieron a ocupar humildes casuchas que los nuevos industriales, el municipio o los urbanizadores - con los reputadísimos apellidos Álvarez o Cock, lo cual no niega su condición de especuladores de la tierra-, construyeron para las obreras y los entonces poco numerosos obreros.

Y más todavía, no sólo vinieron aquellos que ambicionaban un trabajo en las nuevas factorías, algunos, frustrados en su ambición de ser obreros, o decididos desde el principio a sacar ventajas a la ciudad, se dedicaron a diversas actividades, muchas de ellas ilegales; se crea así el espacio pra los vendedores ambulantes, los culebreros, los tahúres, los ladrones, los vividores de toda laya y las prostitutas.

Todo ello, en últimas, lo que nos revela es la imposibilidad de las nuevas industrias para dar ocupación a la masa de inmigrantes; un sistema económico que se vio desbordado por la realidad social y que fue incapaz de proveer lugares dignos para vivir. De ahí que para 1910 las ocupaciones ilegales de la tierra urbana estuviesen a la orden del día, hecho del cual nacieron barrios como Aguas Frías, El Salado, El Socorro y Betania. De ahí, también, que con el correr del tiempo este problema se agudizaría.

Al finalizar la década de 1940 los asentamientos ilegales eran una realidad inocultable y se afirmaba que "la urbanización de Medellín tiene sus cimientos en lágrimas y dolor". En ese momento, el occidente de la ciudad se había empezado a urbanizar, y al lado, por ejemplo, de un asentamiento legal como el barrio Castilla, empezaron a formarse conglomerados de tugurios.

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