Por: Reinaldo Spitaletta
Por estos días en que de pronto el ocaso se tiñó de tonos sepia, he vuelto a recordar los cines de barrio. Aquellos teatros muertos que hoy son parte de una memoria de extinto romanticismo y tal vez de lo que de un modo flaubertiano pudiera denominarse la educación sentimental de muchas generaciones. Ya quedaron atrás, hace rato, los lloriqueos y exclamaciones pesarosas que Giuseppe Tornatore, con su Cinema Paradiso, nos produjo a los que vivimos las fascinaciones del cine en las penumbrosas salas de barriada, que ya no son. Ni serán.
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